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Maduración Psicomotriz en el primer año del niño

Lydia F. Coriat

De Elsa Coriat*

En el Prefacio del libro original, Lydia Coriat comienza diciendo que el nacimiento de este libro fue posible gracias a circunstancias afortunadas que jalonaron nuestra carrera profesional.

Quisiera referirme a dos de estas “circunstancias”, señalizadas por los nombres personales de Gregorio Berman y Florencio Escardó.

Agrego también que todos aquellos que son mencionados en ese Prefacio formaron parte de las conversaciones que, en la mesa familiar, escuchábamos desde niñas; se hablaba de todos ellos con profundo afecto y respeto, pero creo que la incidencia de los dos que menciono fue la que decidió buena parte del rumbo que llegó a tomar tanto su vida personal como su carrera profesional.

Más que una “circunstancia”, podría decirse que Don Gregorio Bermann modeló su cuna. Era tío materno, hermano menor de su madre, influencia decisiva en la elección de su carrera. Su vida y su personalidad fueron tan interesantes que no sé si ubicarlo como realidad o como mito familiar.

Siendo estudiante de medicina fue uno de los principales dirigentes de la Reforma Universitaria del 18. Ya recibido de médico y especializado en psiquiatría, se dirigió a España, a participar de la guerra civil española, incluyéndose, como médico, en las Brigadas Internacionales. Mientras tanto Lydia, su sobrina, repartía volantes en la Facultad de Medicina apoyando la causa republicana.

El Dr. Gregorio Berman conoció personalmente a Freud y fue el primero —o uno de los primeros— en aplicar el método freudiano en la Argentina. Aunque a posteriori se dedicó a trabajar en lo que podría llamarse psiquiatría dinámica, sembró tempranamente, en su sobrina, la curiosidad y el respeto por el psicoanálisis, el cual pasó a ser —experiencia en la Sala XVII mediante— una de las herramientas imprescindibles para pensar a los niños y a su clínica.

Ya en este lugar, quiero decir que hubo una vez en que la Dra. Lydia Coriat me presentó al Dr. Florencio Escardó… La ocasión fue mucho menos formal que lo que la frase pareciera sugerir. Muy poco formal porque se trató de una coincidencia circunstancial pero sobre todo porque yo, en ese entonces, tenía ocho años, y mi hermana Silvia, también presente en la ocasión, tenía siete.

No sé qué tenía que hacer ese día mi mamá con nosotras, pero antes o después de ir adonde teníamos que ir, nos llevó con ella al Hospital, a la mismísima Sala XVII, de la que hablaba todos los días. A los pocos minutos pasa por ahí Escardó, que acababa de volver de un viaje a Suiza. —En esa época, por lo que recuerdo, Suiza quedaba mucho más lejos de Buenos Aires que lo que queda ahora. Mi mamá le presenta a sus hijas y Escardó, con su voz y su estilo tan distinguido, nos dice: Vengan, que tengo algo para ustedes. Sin apuro, nos lleva frente a la puerta de su armario, la abre y, tal como un mago que sacara un conejo de la galera, saca de algún estante una bola mágica: si uno la daba vuelta, es decir, la ponía cabeza para abajo y luego volvía a ponerla del derecho, se arremolinaba la nieve alrededor de un ciervo y un pino, inmóviles representantes de la escena alpina.

La bola de cristal dio múltiples vueltas por el patio de mi casa, hasta perderse en las nieves del tiempo. Por ese entonces yo no sabía quién era Florencio Escardó, sólo sabía que era una persona por quien mi mamá sentía un extremo respeto y una extrema admiración; sin embargo, desde el momento de esa pequeña anécdota puedo decir que, como mínimo, sabía tratar a los niños y a sus madres; y, también, que se tomaba el tiempo que le es necesario a la clínica y a las relaciones humanas.

(¿Qué pensaría de este tiempo enlatado, en consultas de 5 minutos, que pretende exigir la comercialización de la medicina?).

En la Sala XVII la Dra. Lydia F. de Coriat se formó como pediatra y como neuropediatra, brillante discípula de la escuela que, de hecho, construyeron Aquiles Gareiso y Florencio Escardó.

Quiero citar aquí algunos renglones del Manual de Neurología Infantil, que fue publicado por estos dos autores a comienzos de la década del 40:

…la neurología del niño es fundamentalmente distinta a la del adulto y constituye una actividad pediátrica por excelencia…1

Esta concepción marcó profundamente a la Dra. Lydia Coriat, siendo ella misma pediatra antes que neuróloga o genetista (y no por el orden de adquisición de sus títulos sino por su postura clínica).

Continúo con otros renglones, que refuerzan la afirmación anterior y que vienen especialmente bien en los tiempos actuales:

La medicación tiene en neuropediatría mucho menos importancia que la conducta terapéutica, y ésta solo puede resultar del conocimiento total del caso desde el punto de vista pediátrico y desde el punto de vista neurológico, en estrecha e indisoluble conjunción; obrar de otra manera es conceptualmente irregular y prácticamente desastroso.2

Y aunque el libro que nos convoca hable del desarrollo del niño sano y nos invite a gozar de la normalidad madurativa, transcribo lo que sigue para que pueda leerse desde qué convocatoria y desde qué pasión la Dra. Lydia Coriat se vio llevada a producir los enormes aportes realizados en la clínica de los problemas del desarrollo infantil, incluida la creación de la disciplina de la Estimulación Temprana como práctica terapéutica

Dicen Gareiso y Escardó: La contemplación es una actitud absurda cuando se piensa que en el sistema nervioso del niño enfermo se está comprometiendo el porvenir todo del sujeto y que es preciso ir a fondo en la exploración y a fondo en la tentativa terapéutica. […] “De que una enfermedad, una tara, —anotan justamente Cuenot y Rostand— se acompañen necesariamente de una constitución genética determinada, no hay que concluir que deban necesariamente también desafiar toda tentativa terapéutica”.3

Por último, siempre me pareció maravilloso que en este Manual de Neurología Infantil, publicado dos décadas antes de que los trabajos de Winnicott se difundieran en nuestro país y en el mundo, entre Las Medicaciones Generales se incluyera el juego, el juego infantil. Le dedican tres páginas, recorto dos renglones: En todo proceso neuropediátrico corresponde al médico tratar de indicar para el niño su normal de juego y su normal de sociabilidad en el juego.4

En fin, hay mucho más, pero creo que queda claro que ni los niños ni los libros nacen de un repollo, que hay una transmisión que hay que cuidar para que se creen niños nuevos e ideas nuevas.

Concluyo con un párrafo de Maduración Psicomotriz… que viene muy bien tanto para reafirmar lo que acabo de decir como para mostrar el papel central que la Dra. Lydia Coriat le daba al otro (especialmente a los padres) en el desarrollo psicomotriz del pequeño, incluso casi en sus aspectos madurativos:

Al pedir a un niño de diez a once meses el objeto que tiene en su mano, éste, que comprende el pedido y que debe soltar, extenderá el brazo, colocará su manecita con el objeto en la mano del solicitante, y la retirará sin dejarlo.

Hacia el año de edad, el logro siguiente en la maduración normal será entrega del objeto pedido, pero el niño solamente se decidirá a dar ese paso trascendente, básico para sus futuras relaciones interhumanas, cuando a su vez haya recibido: aprenderá a dar, recibiendo. Junto al aprendizaje manual motor, obviamente necesario, cuenta el conjunto de sus experiencias vitales: si recibió y recibe en forma adecuada alimento, abrigo, afecto; si siente que se le da cuanto es necesario para satisfacer sus necesidades físicas y psíquicas, a su vez sabrá dar, entregar y brindar lo que valora, apenas su madurez psicomotriz lo capacite para ello. De lo contrario, en ese aspecto de la conducta evidenciará un retardo aparentemente motor, pero en realidad de raigambre emocional, producido por falencias, a veces muy sutiles, de las relaciones interpersonales.5

Elsa Coriat, 2017.

  1. Aquiles Gareiso, Florencio Escardó: Manual de Neurología Infantil, Ed. El Ateneo, Buenos Aires, 1944, Tomo IV, pág. 6.
  2. Ibíd, pág 5.
  3. Ibíd, pág 6..
  4. Ibíd, pág 37.
  5. Lydia F. de Coriat: Maduración Psicomotriz en el Primer Año del Niño, Ed Hemisur, Buenos Aires, 1974.