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Maduración Psicomotriz en el primer año del niño

Lydia F. Coriat

El conocimiento del cuerpo

Con Schilder, entendemos por esquema corporal la imagen inconsciente que el ser humano tiene de su cuerpo. Esta definición está imbricada con el concepto de Head acerca del “modelo postural del cuerpo” y, en efecto, veremos cómo las variaciones de la postura total y segmentaria, en los albores de la vida, aportan elementos que emplea el individuo en desarrollo para elaborar su propia imagen.

El papel que en este proceso juegan las personas que rodean al niño está sintetizado en los conceptos de Mannoni: “En la dialéctica de las relaciones personales con el propio cuerpo, y en la relación con el cuerpo ajeno partiendo de la imagen parcial o unificada, se establecen las bases de la identidad infantil”.

La mayoría de los autores que estudiaron en la primera edad el proceso de elaboración de la imagen corporal, lo hicieron refiriéndose a aspectos parciales. En cambio, los trabajos comprehensivos de Schilder, Wallon y Ajuriaguerra están plenos de fecundas sugerencias y dejan muchas rutas abiertas a la investigación clínica y a la especulación intelectual.

Desarrollando esas ideas a la luz de los conocimientos actuales sobre maduración psicomotriz, analizaremos los elementos con que puede contar el lactante para elaborar las primeras vivencias parciales de su cuerpo; y seguiremos luego los pasos que durante el primer año de vida le permiten fusionar esos fragmentos tendiendo a adquirir noción de su unidad y autonomía.

El lactante afronta al mismo tiempo la triple tarea —que resulta una sola— de adquirir conocimiento de la realidad de su cuerpo, de la realidad del entorno y de la dualidad de ambos. Cuenta para ello con órganos sensoriales que canalizan su comunicación con el mundo, con receptores sensitivos que le aportan aferencias desde todas las partes de su cuerpo, y con una compleja dotación de reflejos arcaicos, posturales y no posturales, sobre los que moldean posteriores logros de niveles superiores.

Vayer sintetiza el papel que juega el cuerpo en el desarrollo del conocimiento infantil: “El primer objeto que el niño percibe es su propio cuerpo: satisfacción y dolor, movilizaciones y desplazamientos, sensaciones visuales y auditivas, etc., y este cuerpo es el medio de la acción, del conocimiento y de la relación”.

Nos referiremos inicialmente a las sensaciones del recién nacido y del lactante pequeño que ofrecen los primeros aportes para los esbozos del yo corporal. Empleamos el término “sensaciones” diferenciándolo del de “percepciones”, en el sentido de que las primeras no llegan a cruzar el umbral de la conciencia. Wallon las llama “impresiones”, y provienen sobre todo de la sensibilidad interoceptiva y propioceptiva: de cambios en vísceras o variaciones de la homeostasis a las que se suman las originadas en los músculos, tendones y ligamentos que aportan estímulos con cada modificación de la actitud, global o segmentaria; a ellas podemos sumar las de origen vestibular.

Están, por otra parte, las sensaciones exteroceptivas, vinculadas al sensorio: visuales, auditivas, gustativas, olfatorias, táctiles, térmicas, dolorosas, etc. con todos sus matices de cualidad e intensidad y toda la gama de efectos placenteros o desagradables.

A los fines de nuestro trabajo resulta de poca utilidad, por didáctico que parezca, el listado analítico de las sensaciones aisladas. Las sensaciones se asocian entre sí, imbricándose, hasta configurar conjuntos de impresiones sensitivas que según su intensidad y frecuencia dejarán o no huellas en el inconsciente del lactante; porque, como señala Wallon, “sólo son capaces de provocar sus reacciones aquellas impresiones que se hacen significativas para su bienestar digestivo o postural”.

En el decurso de la maduración, algunos estímulos, por su reiteración, podrán ser captados por el niño a nivel pre consciente, y recién entonces cabe hablar con propiedad de percepciones.

Durante los tres primeros meses, el niño responde a los estímulos con alguna actividad motriz simple o con una serie de reacciones concatenadas. Cuanto más pequeño es, más globalmente reacciona a los estímulos: se expresa con el cuerpo entero. Las variantes del tono muscular, al par que respuestas a estímulos, son fuentes de impresiones propioceptivas que enriquecen el difuso conocimiento de su cuerpo. Con el tiempo, las respuestas tónicas que se van localizando y adquiriendo especificidad, aportan información más discriminada, pero siempre las emociones se expresarán a través de lo que Ajuriaguerra llama “el diálogo tónico”.

Clásicamente se consideró las respuestas reflejas como inevitables e inmodificables; sin embargo, los avances en el conocimiento de la funcionalidad psico física del ser humano, van obligando a modificar cada vez más tal concepto; aún en las reacciones de origen arcaico intervienen múltiples factores entre los que juegan importante papel las emociones primitivas. Así pueden modificarse la intensidad o la calidad de respuestas que antes se consideraban como rígidamente determinadas, y que hoy se saben susceptibles de enriquecerse por ejercitación. Aún los reflejos musculares profundos, considerados modelos de reflejos simples, son influenciados por el tono muscular, y éste a su vez, por el estado de placer o displacer, variaciones de la postura y las actitudes, cambios homeostáticos, etc.

El esquema corporal se va diseñando en el tiempo, modelado por la experiencia individual que da singularidad al modelo biológico. Cada nuevo aporte, no solamente se suma al conjunto de los anteriores, sino que lo modifica y dinamiza en una interacción dialéctica continua, en un proceso que sólo acaba con la vida.

Nos hemos propuesto encarar sólo aspectos madurativos del niño en su primer año de vida partiendo del nacimiento; pero con seguridad los recién nacidos no son, para el esquema corporal, libros en blanco. Es verdad que, en su nirvana intrauterino, probablemente no han experimentado el dolor; que untados del barniz caseoso e inmersos en el líquido amniótico posiblemente no llegaron a sentir contactos sobre su cuerpo; que tampoco deben haber tenido sensaciones visuales. Pero es indudable que algunos niños ya en el claustro materno han ejercitado la succión del pulgar o de la lengua, recibiendo, por consiguiente, sensaciones provenientes tanto de su zona oral como de sus manos. Es posible que puedan recibir sensaciones olfatorias y gustativas, y también sonoras: Bertrand y Sontang hallaron variaciones de los latidos cardíacos consecutivas a ruidos cuya fuente no contactaba el abdomen materno.

Es sabido, además, que el aparato neurolaberíntico funciona desde la vida embrionaria. Gesell señala que los conductos semicirculares y los otolitos deben recibir estímulos vinculados a la acción de la gravedad y de los cambios de posición, producidos por movimientos del embrión o el feto o por desplazamientos de la madre. Si bien estos movimientos se producen durante toda la vida prenatal, la estimulación laberíntica debe ser particularmente intensa durante la voltereta del sexto mes, cuando se determina la presentación cefálica. También Scott señala el aporte de experiencias gravitarias en la etapa prenatal.

Por todo esto, podemos suponer que los recién nacidos poseen un cúmulo de experiencias previas que servirán de base para el torrente de impresiones que recibirán a partir de su nacimiento.

El parto, aún el normal, significa una tremenda experiencia corporal, una suma de estímulos que deben dejar huellas en el inconsciente de cada persona. El roce del canal del parto sobre la superficie cutánea virgen hasta entonces de toda experiencia; la intensa compresión de la masa corporal, el dolor por dicha compresión y por las posibles elongaciones musculares y, en algunos casos, por erosiones y desgarros; la sensación de angustia por la falta de oxígeno que determina la primera profunda aspiración, coordinada con el primer grito, etc., tienen que producir sensaciones muy intensas.

No se las recuerda, pero sus huellas deben quedar registradas. Con agudeza dice Schilder: “…quizás haya en nuestro inconsciente corporal más de lo que sabemos conscientemente acerca del cuerpo”.

El recién nacido es capaz de succionar aún antes de experimentar sensaciones de hambre y sed. Sus labios —en virtud del reflejo de los cuatro puntos cardinales— pueden perseguir hasta atrapar y succionar el pezón, la tetina del biberón, el chupete y aún el dedo del examinador (figs. 21, 22, 23 y 24). André-Thomas señala que la succión no está necesariamente ligada a la mamada, y Torras de Beá analiza la necesaria interacción de estímulos intero y exteroceptivos para que se realice con fines alimentarios. Entre estos estímulos juega importante papel —según M. Ribble— la tensión emocional, que encuentra vía de descarga y alivio natural a través de la succión.

La madurez neurológica y la repetición de experiencias sensitivas coadyuvan seguramente para que la zona oral sea la primer parte del cuerpo con representación inconsciente. Luego la ejercitación del reflejo alimentario consolida la función; y nuevas experiencias afianzan y enriquecen la imagen de la zona oral: la aproximación de la propia mano cuyo pulgar termina por succionar; el roce de las ropas; las caricias maternas sobre esa zona; las maniobras de higiene después de mamar, etc.

Sin duda la imagen interna de la zona oral domina el panorama en esa primera edad y continúa predominando durante los primeros meses. Sobre esta base biológica el psicoanálisis ha denominado “etapa oral” a este período de la vida.

Paulatinamente, las manos van adquiriendo también representación interna. El predominio tónico cervical asimétrico del primer trimestre posibilita su temprano conocimiento. Como la cabeza queda rotada hacia uno u otro lado, los ojos enfocan por lo general una sola mano. La extensión del miembro superior mandibular, a esta temprana edad, no es constante; su flexión a nivel del codo hace la mano menos accesible a la mirada; es posible que sean sus súbitas apariciones en el campo visual al extenderse el miembro las que llevan la atención sobre ellas; y puesto que el lactante tiene amplias posibilidades de acomodación, es probable que continúe enfocando la mano tanto si el miembro mandibular está en semiextensión, como cuando permanece recogido a un lado del cuerpo (fig. 102).

102

La mano ofrece, además, variaciones de tamaño: cerrada, es pequeñita y esférica; en cambio, en los momentos de máxima apertura aparece agrandada tanto más cuanto más se extiendan los dedos.

El niño comienza a fijar su mirada entre los quince y treinta días. Ve una mano por vez, y repite la experiencia según el sentido de la rotación cefálica, ignorando la mano opuesta y, en realidad, todo cuanto queda a sus espaldas. Primeramente deja resbalar su mirada sobre su mano: es un objeto más, que se mueve por el hemimundo visible, difuso, indiferenciado. Hacia los dos meses, o poco después, la reiteración de la imagen visual de la mano, hace que el niño perciba, ahora distintamente, a ese objeto móvil que cruza frente a sus ojos. Otras sensaciones se aúnan para que convierta la imagen visual en gestalt multifacética: así, al flexionar los codos y cerrar el puño, recibe la sensación kinestésica del estiramiento de los tendones y aponeurosis del plano extensor que se distiende; y recibe esos mensajes propioceptivos coincidentemente con las respectivas imágenes visuales.

Hacia fines del tercer mes, el lactante es capaz de realizar movimientos digitales que observa, aunque no le es posible aún dirigir la mano con intencionalidad, ni utilizarla para la prensión voluntaria, ni liberarla tras la prensión refleja.

El contacto del dorso o de la palma con el cuerpo de la madre, los barrotes de la cuna, los objetos accesibles, etc., al brindar los aportes del tacto, ayudan a diseñar la imagen interna de la mano y, a la vez, a delimitar sus contornos. A ello coadyuva también la alternancia de la apertura con el cierre de la mano, cuya flexión apoya las yemas de los dedos sobre la palma.

Recalcamos una vez más, que todo conocimiento nuevo no se inscribe en el inconsciente sólo como tal, sino imbricado en un contexto, al que modifica y por el que es modificado.

La elaboración de la imagen interna está íntimamente ligada con los orígenes del afecto y del conocimiento. La zona oral no es sólo un motor de succión, una puerta para los alimentos: es el principal canal de comunicación interpersonal, y lo continuará siendo toda la vida a través del gesto, el beso y la palabra. En el esquema interno que de la boca se forme cada niño, influirá el tono emocional que ha acompañado su conocimiento, las sensaciones —gratas o frustrantes— a él asociadas. No tendrá la misma imagen interna de su zona oral el niño criado por su madre que le ha ofrecido amorosamente su pecho varias veces por día y estimulado los labios por el contacto del pezón, que el pequeño que permanece por semanas en una institución para la que es sólo un “caso” y que, en la soledad de su cuna numerada, recibe el alimento de un biberón atado a su almohada, cuando no por sondas pasadas a través de su nariz. El acto de la lactancia entraña una riqueza de elementos que trascienden lo meramente alimentario. Trataremos de analizar sus aspectos vinculados concretamente al origen del esquema corporal.

La semi rotación lateral en la que el niño es mantenido en brazos durante la mamada, coincide con la actitud impuesta naturalmente por el predominio tónico cervical asimétrico: el bebe no succiona el pecho con la cabeza en la línea media, sino rotándola levemente hacia la madre. Por lo general, al iniciar cada lactada, la madre estimula con el pezón la sensible superficie peribucal del bebe, procurando que “se prenda al pecho”; el mismo niño, por su parte colabora, en virtud del reflejo de búsqueda o de “los cuatro puntos cardinales”.

El niño suele mostrarse plácido mientras se alimenta en brazos de su madre; el contacto y el calor del cuerpo materno, aún su olor y humedad y el ruido rítmico de sus latidos cardíacos probablemente integran un conjunto de estímulos asociados a situaciones placenteras que, al llegar la saciedad con el fin de la mamada, traen un pleno bienestar e inducen al sueño.

El hambre es sin duda un factor más, y no carente de importancia, para la elaboración del esquema corporal. Los adultos localizamos tal sensación en el epigastrio, pero probablemente hay en ello un componente intelectual. El lactante pequeño capta difusamente sus sensaciones, y debe experimentar “hambre total”, en cada órgano, en cada célula de su cuerpo; esa sensación tiene que hacerle sentir, percibir intensamente su cuerpo a nivel interoceptivo, como un cúmulo de aferencias diferenciadas. de los aportes que le llegan por vía sensoriales y aún de los que adjuntan las vías propioceptivas. Las sensaciones producidas por el hambre, por alteraciones de la homeostasis, tienen la virtud de traer aferencias desde zonas que no puede ni podrá alcanzar a través de sus sentidos.

La sensación satisfactoria de saciedad al terminar la mamada, ¿hará desaparecer esa incipiente percepción totalizadora del cuerpo como desaparece un objeto que deja de mirar? A su vez, esa sensación de bienestar, en la que sólo a veces reparamos los adultos por considerarla el estado natural, ¿será capaz de imprimir en esa primera edad elementos para el esquema corporal global, como un negativo de las sensaciones corporales displacenteras por hambre? Pensamos que sí, y que todo coadyuva para enriquecer esa “alacena de las impresiones pasadas”, como llama Head a la corteza sensorial.

Volvamos una vez más al acto de la mamada. Habitualmente, la posición en la que es colocado el niño, obliga a su miembro mandibular a permanecer prácticamente fijado, sin muchas posibilidades exploratorias; pero el otro miembro queda libre, y la mano suele apoyarse sobre el seno: es dado observar, entonces, movimientos de flexo-extensión de los dedos que lo acarician, hurgan, aprietan y aún rasguñan. Ello ofrece a los inexpertos pulpejos del lactante, una gama de estímulos que difícilmente puede encontrar en otras situaciones. Por su convexidad que lo hace ampliamente accesible, y por su suavidad y tibieza, resulta particularmente agradable al tacto, y, en buena medida, indiferenciable para el bebe de su propio cuerpo. Tiene además la mama una particular consistencia: firme y elástica cuando rebosa leche es cada vez más dócil a los juegos digitales a medida que disminuye su turgencia. Por poco que el lactante pequeño discrimine, no es lo mismo el contacto con un cuerpo vivo que con un objeto inerte.

Cualesquiera fueren, las sensaciones que el niño recoge a través de su mano mientras mama reúnen dos cualidades: son ostensiblemente gratificantes, y coinciden temporalmente con el conjunto de las otras sensaciones que acompañan al acto de lactar.

Pero hay otro elemento más y especialmente importante: durante la mamada, es natural que la madre esté pendiente de su niño. Cuando éste es muy pequeño suele accionar con los ojos cerrados; aún abriéndolos, no recibiría sino sensaciones de luz y sombra. Pero a medida que madura la fijación ocular, cada vez que, puesto el seno, abre sus ojos, su vista enfoca el óvalo del rostro materno y es atraída por el brillo de los ojos fijos en él. La imagen de sí mismo en la primera edad, se va configurando indiscriminadamente de la de la madre, siendo la imagen del binomio necesaria para la futura diferenciación (fig. 103).

103

Tenemos expuestos así en una enumeración analítica que, por cierto, no da idea suficientemente clara de su riqueza integrativa, algunas de las piezas necesarias para entender este proceso: el niño recibe gratificaciones prioritariamente orales, pero en rigor a través de todos sus sentidos, provenientes de un objeto externo, la madre; esto a su vez repercute en la integración de las sensaciones internas que van modelando la imagen de su cuerpo, de su yo corporal. En base a esta estructuración, que se inicia en total relación de dependencia, el niño alcanzará a tener conciencia de su individualidad.

El período que abarca el cuarto y quinto mes de la vida, es decir, la etapa inmediata a la desaparición de gran parte de los reflejos arcaicos, marca un jalón importante en el desarrollo del conocimiento del cuerpo del lactante y de su actitud frente al mundo externo. Al atenuarse y desaparecer el reflejo tónico cervical asimétrico el bebe alinea la cabeza con el eje del cuerpo cuando reposa en decúbito dorsal; ello permite que los miembros también adopten una actitud simétrica; la actitud de esgrimista propia del primer trimestre es abandonada, y la reemplaza la tendencia a llevar las manos a la línea media. A esa edad, también se ha atenuado notablemente el predominio flexor de los primeros meses; el niño se ha adiestrado en los movimientos con la boca y con los ojos; ha ejercitado la succión de los dedos y ha controlado con la vista los movimientos de los miembros. Aunque el lactante no sepa todavía que las manos le pertenecen en mayor grado que los otros objetos circundantes, es indudable que las conoce diferenciadamente, que poseen para él cualidades que las particularizan en alguna medida de cuanto le rodea. Para Hoffer, el factor fundamental de diferenciación es la actividad de las manos en torno y dentro de la boca, el convertirse en objetos portadores de gratificaciones y capaces de aliviar tensiones a través de la succión.

Recordemos aquí cuanto dijimos acerca del reflejo tónico cervical y de que, gracias a él, el lactante sólo percibe cada vez una mano y un hemimundo; es probable que, de no ser por los estímulos interoceptivos, desconocería en esos momentos la mitad nucal de su cuerpo. La actitud simétrica de su cabeza, tronco y miembros modifica fundamentalmente tal situación: por una parte, logra abarcar con su mirada, frente a sí y a ambos lados de su cuerpo, un espacio mucho más extenso; por otra, las manos que se unen entre sí establecen una línea divisoria entre él y el entorno, como si, encerrándolo en sí mismo, afirmara su cualidad de ser individuado, unificado al reunirse las dos mitades que anteriormente lo constituían (fig. 47).

Durante un período variable que oscila entre dos y ocho semanas, la actividad preferida de los lactantes en esta etapa consiste en juegos manuales que enriquecen el conocimiento recíproco de sus manos, cada una de las cuales estimula la otra a través del tacto, y ambas son visualizadas y llevadas a la boca. Wallon registra este momento:

“...lo que sorprende al lactante cuando se toma una mano con la otra, no es la dualidad ni su similitud, son los efectos del contacto, doblemente y diferentemente sentido en las dos manos”.

El arco constituido por los miembros superiores coincide con el fin de la posición esquizo-paranoide y el comienzo de la etapa depresiva de la escuela kleiniana. Depresiva, porque lograda una incipiente conciencia de los límites de su cuerpo, pierde el niño todo lo que queda fuera de ese cuerpo, más allá de sus límites. Este es sólo el primer jalón; un atisbo de conciencia del yo, y su consiguiente diferenciación de aquellos que no son él se manifestará; meses después a través de la “angustia de los ocho meses” descrita por Spitz.

Resulta fascinante en esta etapa de la evolución del lactante ver cómo surge una actitud ante sí mismo y ante el medio externo, a partir de la conducta motriz inducida por la maduración biológica de un reflejo postural. Wallon, en las conclusiones de “Del acto al pensamiento”, manifiesta:

“Entre los automatismos de adaptación y las imágenes mentales habría continuidad, como si sus referencias a señales sensoriales, multiplicándose, pudieran mecánicamente hacer pasar del movimiento a la representación. Pero un gesto modifica, al mismo tiempo que el medio, a quien lo hace, y ésta es la modificación que se capta más inmediatamente”.

También Gesell señala esa fase del proceso de adquisición de nociones corporales:

“Los procesos del pensamiento, dependen de la respuesta postural precedente y son verdaderamente, representaciones refinadas de aquellas respuestas”.

Las secuencias de aprendizaje del propio cuerpo no se superponen sino en lineamientos generales con el proceso de maduración neurológica (figs. 104 y 105). Veamos algunos ejemplos. Los primeros movimientos intencionales de los miembros superiores, a los cuatro o cinco meses de edad, son globales y centrados en los hombros; las imágenes internas de éstos tardarán mucho aún en elaborarse y, naturalmente, serán sincréticas, menos discriminadas que las de las manos que desde tiempo atrás van siendo conocidas; seguramente las imágenes fragmentadas de las manos son previas y más ricas en detalles que las de los hombros, pese a la posición proximal de éstos. Por otra parte, es sabido que el control postural del tronco se instala antes que el de los miembros inferiores, entre los seis y siete meses, cuando el bebe puede permanecer sentado sin sostén; sin embargo, descubre su abdomen y sus genitales a los ocho o nueve meses, tiempo después de haber explorado y conocido sus miembros inferiores, que son distales en relación al tronco (fig. 106).

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Es natural que el proceso de elaboración de la imagen corporal no se superponga con estrictez con el de la maduración neurológica: para el conocimiento de sí mismo el niño aprovecha no sólo los logros evolutivos alcanzados en base a la madurez biológica, sino otros factores circundantes que dependen en alto grado de cómo se instrumenta su relación con los adultos que lo tienen a su cuidado.

En general el bebe es muy estimulado por su boca y sus ojos desde sus primeros días, y es claro que está en condiciones de asimilar esa estimulación; tórax y abdomen, y especialmente el dorso, son casi olvidados por los adultos, que en la rutina diaria manipulan más manos y pies; el resto sólo recibe una rápida caricia durante el baño.

La región ano-genital provee desde la primera edad, sensaciones contradictorias: el roce de las ropas húmedas probablemente provoca en el niño desagrado, que a veces se expresa por inquietud y llanto; pero le placen las maniobras de higiene que la madre cariñosa repite muchas veces en el día. Esa zona es así fuente de sensaciones cuyas huellas se suman a las provenientes del reservorio rectal, y que se acumulan hasta adquirir, a fines del primer año, tal jerarquía, que el psicoanálisis ha denominado “etapa anal” a la que comienza a esta edad.

Teniendo en cuenta que el esquema corporal se nutre también con la visión de otras personas, recordemos que quienes rodean a la criatura suelen tener descubiertos el rostro y las manos, pero el tronco está casi siempre tapado por las ropas; en nuestra cultura no es común que los niños pequeños puedan mirar en otras personas las partes del cuerpo que les son poco accesibles en sí mismos.

La elaboración de la imagen de los distintos segmentos de los miembros inferiores se cumple en sentido céfalo caudal. Ya a los cinco meses el niño, continuando el encuentro consigo mismo, descubre sus rodillas, por entonces al alcance de sus manos. De las rodillas puede ver y tocar la convexidad, la cara anterior; es probable que también su sensibilidad profunda aporte aferencias desde el plano extensor, ya que los miembros inferiores, para ser accesibles a la mano o a la vista, deben estar flexionados y, en esa actitud, la sensación más intensa proviene de la distensión de los músculos flexores, que deben relajarse para elongarse al máximo (fig. 51).

El paso siguiente en el conocimiento corporal es el descubrimiento de los pies: cuando el pequeño de cinco o seis meses toca sus rodillas, alcanza a ver poco más lejos esos dos objetos en constante desplazamiento, que surgen de improviso y recorren el campo visual (fig. 52). Pero, por más que los mire, sólo podrá percibir en ellos características diferentes de los demás objetos cuando, poco después, sea capaz de atraparlos gracias a la posibilidad de realizar voluntariamente movimientos de flexión y extensión de sus miembros inferiores (fig. 53). El reconocimiento táctil de los pies permite la recolección de datos inherentes a su forma, tamaño, superficie, temperatura, etc. a través de las terminaciones sensitivas de los dedos de sus manos; impresiones menos detalladas proceden desde los mismos pies al ser tocados por las manos. Este primer conocimiento se enriquece sobremanera cuando los pies asidos con ambas manos, son elevados —como cualquier otro objeto externo— a la boca en el ejercicio del tacto oral característico de esta edad (fig. 54).

El niño presta atención preferencial a sus pies durante un período que no abarca más de dos meses a partir de los seis de edad; la prolongación de esta etapa de interés puede depender del monto y calidad de la estimulación que reciba, particularmente de los cambios de postura a que se lo someta. Normalmente, una vez que el niño que ha aprendido algo, que realiza una experiencia, pasa espontáneamente a interesarse por otra actividad; pero durante el período de ese aprendizaje no pierde oportunidades de ejercitarlos: apenas logra mantenerse sentado y adquiere el equilibrio necesario para la liberación de una mano, ésta se dirige hacia los pies, a los que ase y hurga con los movimientos torpes propios de la etapa de maduración manual en que se encuentra. La primera ocasión en que se lo mantenga erecto, descalzo sobre un plano firme, despertará en él una nueva sensación: la del contacto de las plantas sobre el suelo. Seguramente en esa posición recibirá estímulos externos y propioceptivos que estimulan al mismo tiempo las terminaciones cutáneas táctiles, y las profundas que recogen datos acerca de la presión que soportan las estructuras internas de los pies (fig. 107).

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A través de una extensa y compleja serie de experiencias posturales, sensoriales e interoceptivas, el niño llega, a los siete u ocho meses de edad, a acumular suficientes elementos como para configurar un somero esquema de todo su cuerpo. Lo ha hecho poco a poco, segmento a segmento, a veces globalmente, otras con ritmo continuo y progresivo en ocasiones, o bien a través de saltos y etapas muy definidas, presentando un acabado ejemplo de integración de factores individuales y ambientales en el proceso de maduración. Lacan denomina a esta época de la formación del esquema corporal “estadio del espejo”, por cuanto el niño puede comenzar a reconocerse como un todo en su propia imagen que lo observa desde el espejo, y en ese todo, resume los fragmentos que él ya conocía por separado.

Al conocer, aunque sincréticamente, las partes y los límites de su cuerpo, el lactante ha llegado a las primeras nociones de individualidad. Pero al descubrirse a sí mismo, necesariamente descubre cuanto no es él mismo, todo lo que consideraba como propio hasta entonces; es como si lo perdiera, y lo que pierde es, nada menos que el mundo entero, del que empieza a diferenciarse. Le perturba entonces la intuición de que la madre, que se le recorta como una imagen definida y ahora conscientemente diferenciada, puede perderse al no formar más parte de él. A esa edad el niño comienza a rechazar a cualquier extraño, particularmente si no lo protege la presencia de la madre. En la consulta pediátrica es notorio el cambio de conducta del niño que aceptaba de buen grado hasta entonces los exámenes del médico. Muy gráficamente Spitz ha llamado a esta etapa fisiológica “angustia de los ocho meses”. Para llegar a ella, necesariamente el niño debe reconocer su cuerpo y esbozar de él una imagen inconsciente integrando elementos parcelarios.

Entre los ocho y los nueve meses el niño acaba la primera etapa de autoexploración; puede considerarse que, para su somera necesidad de conocimientos, para su nivel de maduración, ya ha relacionado suficientes imágenes fragmentadas de sí mismo. Ahora puede pasar a explorar con más detalle el mundo que lo rodea: lo exploró, primero, con los sentidos que actúan a distancia, con la vista y el oído; ahora, con la mano que hurga con su dedo índice y que prende con su pinza; después, con todo su cuerpo, que se desplaza a través del espacio, para alcanzar los objetos apetecidos, y gracias a esta exploración del mundo a través de sus sentidos, puede aprender a diferenciarse de los objetos. Porque, como señala Tabary, “…una vez individualizados todos los objetos comprendido el propio cuerpo, son inmediatamente ubicados en relación espacial unos con otros; así, desde el comienzo de la construcción psicológica, el concepto de imagen de sí mismo está unido a la organización del espacio”.

La posición erecta entraña un importante avance con relación a etapas anteriores. Al encontrarse el niño frente a otras personas, en posición semejante a ellas, puede imitar, consciente o inconscientemente, gestos y actitudes que asimila como propias, y que pasan a aumentar el caudal de elementos con que ya cuenta para la estructuración de su esquema corporal (fig. 108).

108

Dependerá de múltiples factores individuales y ambientales la manera como irá correlacionando los datos que le proveen tanto el patrón biológico como el medio externo; y también su personalidad se irá plasmando en función de la imagen que pueda ir adquiriendo de sí mismo, porque como dice Telma Reca, “...la imagen de sí, contiene elementos objetivos, y está cargada de subjetividad”.

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